Nos
encontramos en una sociedad con un sistema educativo en el que los
conocimientos y saberes se nos dan encorsetados, estructurados de tal
modo, que apenas se da cabida a la
participación de los alumnos. Aunque este sistema parece ir cambiando, pese a
que los pasos sean muy lentos, aún prima esta metodología de aprendizaje en
muchas de las instituciones educativas. Hemos de ser conscientes, de la
emergente necesidad de una “educación para la vida”, una educación en la que el
docente enseñe desde sus experiencias, ofreciendo la posibilidad al alumno, de
que éste muestre las suyas y ambos aprendan, el uno del otro, pues no hemos de
olvidar, que la enseñanza es algo recíproco, es decir, tanto educador, como
educando son receptores y emisores de aprendizajes y conocimientos, aprendiendo
mutuamente. Otro de los aspectos, con los que considero nos encontramos
totalmente confundidos, es atribuir a la enseñanza la connotación de
aprendizajes teóricos, plasmados en manuales, cuando en realidad, lo
verdaderamente enriquecedor y útil para la vida, son las experiencias, los
valores…que se transmiten durante ese proceso y no, exclusivamente, aquello que
se ha de memorizar y plasmar en un examen, puesto que al fin y al cabo, todo
esto se acaba evaporando, cuando lo que realmente queda, es el poso de todos
aquellos instrumentos empleados en tal enseñanza. A todo esto me gustaría
añadir, la importancia de ofrecer la posibilidad al alumno, de mostrar sus opiniones,
sus puntos de vista, sus reflexiones…que se promuevan los debates, los
diálogos, los encuentros…en las aulas, de modo, que todos y cada uno de los
sujetos inmersos en el proceso de enseñanza, sean partícipes en el mismo.
Con
todo ello, trato de hacer referencia a la eminente necesidad de que despertemos
de ese letargo en el que parece que estemos inmersos, y veamos cómo hemos de
dejar atrás la pasividad y continua aceptación de todo aquello que se nos dice
y nos paremos a reflexionar y nos preguntemos el por qué de esto o aquello, el
para qué y el cómo, puesto que si no es así, difícilmente veremos cómo este
mundo mediatizado e hipócrita da un giro, por muy pequeño que sea hacia la acción
y el cambio positivo.
Creo de
gran importancia, la relevancia de la
“pregunta”, el “preguntarnos”, puesto que es de esto, de lo que en la
actualidad se carece, por los motivos que he mencionado con anterioridad, ya
que la sociedad nos ha convertido en ganado, sumiso y sufridor. El hecho de
preguntarnos, supone que nos hemos detenido a reflexionar, que hemos pensado y
esto, lleva consigo el que hemos empleado parte de nuestro tiempo para ello.
Aquí aparece muy vinculado al hecho de preguntarnos, el tiempo, algo desde mi
punto de vista, de un valor incalculable y que de nuevo, en la sociedad
contemporánea, escasea en gran medida; puesto que prima la inmediatez, la
prisa, el stress… todo ello, debido a la idea equivocada de lo que supone el
tiempo, puesto que no queremos “perder tiempo”, pero no nos paramos a pensar,
no recapacitamos en lo que esto supone, puesto que considero, que si ese
“tiempo perdido”, lo hemos empleado en algo que nos ha enriquecido, tanto
intelectual como personalmente, es “tiempo ganado”, ya que “lo
importante no es ganar tiempo en Educación, sino perderlo” (Rousseau).
A todos
estos aspectos, incorporaría por otro lado, el que ambos sujetos de la
educación, deben encontrarse motivados y dispuestos a interiorizar, practicar y
experimentar, tales saberes y conocimientos, puesto que si uno de ellos, no se
encuentra predispuesto a ello, por mucho que el otro ponga de su parte, el proceso no tendrá efecto, puesto que no
podrá llevarse a cabo, ya que“el deseo de enseñar, provoca el deseo de
aprender”, esto no es más, que si vemos cómo el que enseña, lo hace con
ilusión, con motivación, con entrega…no es extraño esperar, que en el sujeto
receptor de tal educación, se despierten sentimientos similares y a la inversa,
es decir, si vemos una actitud totalmente negativa, desmotivada por parte del
educador, en el educando, difícilmente surgirán conductas favorecedoras y
positivas.
En todo
esto, es dónde el Educador Social, debe actuar e intervenir, puesto que al fin
y al cabo, entre sus principales funciones nos encontramos, como bien hemos
visto, con la mediación, la transmisión y el generar climas/contextos en los
que el saber actúe.
Con
ello, se pone de manifiesto, la necesidad imperiosa de que a este perfil
profesional, se le de mayor importancia y relevancia social, debido a que estas
tres funciones, resultan eminentemente necesarias en la actualidad. Todos somos
conscientes de que en estos tiempos que corren, los colectivos sociales
excluidos o en riesgo de exclusión (inmigrantes, mayores, desempleados,
discapacitados, drogodependientes, etc), necesitan de una ayuda y apoyo en este
sentido. Contar con profesionales que pongan en contacto a estas personas con
la sociedad, proporcionándoles aquellos valores, aquellos productos realmente
necesarios y útiles para éstos. De igual
modo, en este profesional, el transmitir, ha de ser su leitmotiv. Una
transmisión centrada no en exclusiva en conocimientos, en contenidos teóricos,
sino en algo que va más allá de todo esto y que los supera con creces, tales
como ya hemos mencionado en párrafos anteriores, en sensaciones, creencias,
valores, experiencias, percepciones, imágenes…puesto que en definitiva, la vida
se resume en esto y la labor del Educador Social, ha de tener como objetivo el
incluir a estas personas en el sistema social y que mejor modo que mediante la
puesta en práctica de aquellos instrumentos presentes en la rutina del día a
día. Además de esto, también destacaría la importancia de generar
contextos en los que fluya el saber, pues evidentemente, este es uno de los
principales escenarios en los que trabaja este profesional, ya que en primer
lugar, antes de centrarse exclusivamente en esa transmisión, en esa enseñanza,
debe crear el clima y el entorno necesario para esto, acorde a las
características de las personas con las que va a trabajar.
Ahora
bien, todos sabemos cómo este perfil, sufre un gran intrusismo profesional,
encontrándose solapado en numerosas ocasiones, por otros profesionales
(psicólogos, pedagogos y trabajadores sociales), que tratan de desarrollar y
desarrollan, aquellas funciones, competencia de un Educador Social; de ahí, que
muchas de las intervenciones que se llevan a cabo y con muchos de los
colectivos con los se trabajan, no se logren los efectos deseados.
Personalmente, considero que a ello, hemos de
añadir que en gran medida, el Educador Social, se encuentra en una dicotomía en
diferentes momentos de su trayectoria profesional, ya que éste podrá intervenir
y actuar, siempre y cuando el sujeto con el que se ha de trabajar, se encuentre
dispuesto a ello, puesto que en caso contrario, no le será posible llevar a la
práctica su intervención. Ahora, bien, aquí es dónde entrarán en juego, las
competencias de cada profesional, ya que el motivar, es otra de sus principales
funciones en su terreno laboral.